24.11.06

PEDIDO DE PERDON

Como Cura Párroco, a cargo de la comunidad, como lo hice por los medios, pido perdón en nombre de la Iglesia por los lamentables dichos del sacerdote Juan Carlos Chiarinoti (por este hecho no vendrá más a la parroquia) en el responso de María José Jaime.
Perdón especialmente a su familia, particularmente su esposo y su madre como así también a todos los que estuvieron presentes y a la comunidad toda que se ha sentido ofendida.
Es necesario aclarar que el sacerdote Juan Carlos no es "la Iglesia" sino un representante. Aunque también es cierto habló en nombre de la Iglesia y por eso pido perdón yo, responsable de la comunidad en nombre de la Iglesia.
Sería erróneo concluir después de estos lamentables dichos y hechos que la Iglesia rechaza a sus hijos en situaciones particulares. No es el pensamiento de la Iglesia, tampoco el mío, obviamente. La generalización es mala consejera. Nos induce a ser tan injustos como la injusticia que queremos combatir y que nos indigna.
¡Enhorabuena que las injusticias nos hagan reaccionar! Aunque vengan de nuestra Madre la Iglesia a través de sus miembros, hombres falibles!.
Las palabras del padre J.C. fueron dichas en un día y horas determinados. En una situación especialísima de muchísimo dolor y adhesión.
Pero, es bueno aclararlo, no todos los días, ni todos los domingos, ni en otros actos litúrgicos (casamientos, bautismos, unción enfermos, y los mismos responsos) sucede lo mismo. Quiero decir es un hecho aislado. Totalmente desgraciado. Pero no es el actuar constante de la Iglesia en general ni la de nuestra comunidad en particular.
He ofrecido a parte de la familia que cuando ellos lo decidan y pasen este dolor agregado a su dolor, haremos un responso en el cementerio porque en realidad María José no tuvo un responso como lo merecía: igual al de todos.
Seguramente las dificultades que ella tuvo que afrontar en su vida la han purificado suficientemente para que Dios le abra las puertas del Cielo.
Más aún, sabiendo que no podía tener un hijo, prefirió arriesgar su propia vida para dar vida a su hijo que venía. Y esto la hace más grande de lo que pensamos: Más allá de su solidaridad, de llevar con altura las cruces propias de la vida, de su simpatía o del amor que supo derramar en quienes la conocieron. La grandeza de María José estuvo en que eligió morir para dar vida. Era una posibilidad, pero no remota. Sino concreta. Ella dijo sí a la vida.
Por eso es mi dolor que el padre que hizo el responso en su "ceguera" no vio lo más grande. Que Dios nos perdone a los hombres de Iglesia cuando nos equivocamos. Pido perdón en nombre de la Iglesia.
Finalmente, les pido a todos que recuerden que las heridas, y más las de este tipo, sólo se curan con amor.


Ernesto Palermo
Cura Párroco
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